Envuelto en una bandera argentina, la que ondeó y paseó por el mundo durante 11 temporadas en la Fórmula 1, Carlos Reutemann tuvo una despedida íntima. De la ceremonia solo participaron familiares y amigos. El número de personas autorizadas a ingresar al cementerio privado Lar de Paz, en Monte Vera, a 15 kilómetros al norte de Santa Fe capital, no superó el medio centenar, aunque en el acceso se concentró un grupo de fanáticos que con respeto aplaudió el paso del coche fúnebre. El deporte motor, con admiración y sentido afecto, rindió homenaje al extraordinario piloto, al campeón sin corona, pero también a la persona íntegra, de convicciones y principios, que se ganó la admiración de aquellos que fueron sus rivales, compañeros, patrones, acompañantes… El hombre digno, el corredor de autos que manejó sin la asistencia de la avanzada electrónica que ahora domina la F.1 y en tiempos en que la muerte acechaba en los circuitos, elevó la vara a un nivel tan alto que ningún otro piloto argentino que compitió en el Gran Circo logró salirse de su sombra.
Intuitivo, poseedor de casi un sexto sentido para medir y evaluar situaciones que le posibilitaran exprimir las prestaciones de un auto que era menos competitivo que el de sus rivales, su figura resaltó también por el compromiso y el respeto por las ideas. La triste derrota en Las Vegas 1981 determinó que al regreso a la habitación del hotel Caesar’s Palace -la carrera se desarrolló en el estacionamiento- el retiro revoloteara por su mente. Fue convencido a seguir en Williams, pero la aventura apenas se extendió por dos carreras: en Brasil, donde se sentía cómodo y había triunfado en dos oportunidades, descubrió que el desinterés lo envolvía y se marchó. La tentación por cumplir el sueño de coronarse campeón no lo encegueció, aunque la oportunidad existió: un auto competitivo y el box de la escudería más popular del planeta probaron su seguridad. Lole se enseñó imperturbable en la determinación y honesto en sus creencias.
“No estoy seguro si le corté. Tenía muy fresco lo que ocurrió en Las Vegas, la frustración de Brasil, el clima enrarecido con los autos con trampa, y encima a mi lado caminaba Gilles, con quien yo había corrido durante más de un año. Increíble. ¿Cómo podía yo imaginar que el destino me tendía otra invitación? Pero no. Yo no soy Lauda. Yo no podía volver. Yo creo en el destino”, relata Lole, en el libro Los días de Reutemann, del inigualable Alfredo Parga. La situación refleja el sentimiento inquebrantable y el honor del santafecino, que más allá de la frustración por ser derrotado por apenas un punto por Nelson Piquet en 1981, debía respeto a la memoria de Gilles Villeneuve, a quien consideró el compañero más honesto en el Gran Circo.
Con el canadiense compartió espacio en Ferrari en los últimos grandes premios de 1977 y en la temporada 1978. El conflicto político entre la FISA y la FOCA -pilotos y dueños de equipo- generó un amotinamiento en Sudáfrica, en 1982. Los pilotos se concentraron en un hotel de Johanesburgo y allí, entre los debates y cuartos intermedios, Lole y Villeneuve estrecharon aún más los lazos con charlas emotivas. Afloraron los recuerdos de la campaña en la Scuderia y de los consejos que Gilles acataba desde la experiencia y sabiduría que ofrecía Lole.
El 21 de marzo de 1982, Reutemann anunció el retiro; el 8 de mayo, Gilles se mató en la prueba de clasificación en Zolder. Días más tarde, Lole recibió un llamado de Marco Piccinini -director deportivo de Ferrari- que le ofrecía la butaca vacante para el resto del curso, esa que había pertenecido a su amigo Villeneuve. El éxito, el dinero, la fama, la gloria y también la muerte, componentes de la Fórmula 1 de aquellos años, no tentaron a Lole. El destino, a veces burlón, determinó que esa temporada el campeón fuera Keke Rosberg, con Williams, la escudería de la que el santafecino se marchó en la segunda cita de 1982, y el subcampeón Didier Pironi, con Ferrari.
Para sellar su acuerdo con Williams, también Reutemann enseñó los valores que lo acompañaron y expresó el coraje para ser una persona libre para decidir como piloto. Colin Chapman, que lo sedujo con el auto campeón del mundo para la aventura de 1979, estaba extasiado con los pilotos que defenderían sus autos: el monarca Mario Andretti y Lole. Pero el modelo nunca funcionó: la máquina ni la química entre los compañeros de garaje. “Quiero que se quede hasta que seamos campeones. Nunca tuve un piloto de su calibre sin ganar un campeonato”, comentaba el constructor. Reutemann ya tenía el acuerdo con Frank Williams y decidió invertir sus ganancias para deshacer el vínculo con Lotus. Pagó una suma millonaria, después de resolver las cláusulas y las multas por rescindir el contrato. Antes, había amenazado con pasar un año sabático si no se alcanzaba un acuerdo.
“Siempre fue muy difícil llegar a la Fórmula 1. No digo imposible, pero casi. Son muy pocos los que llegan. Y después permanecer. Este es un baile que tiene un ritmo, y cuando vos entrás en el baile, tenés que bailar al ritmo de la música. No quieras ir en contra del ritmo, porque el baile te pasa por arriba”, comentó en 1995, en una charla con Gonzalo Bonadeo. La introducción era el prólogo a dos lecciones que deseaba enseñar Reutemann: la velocidad y el destino. “Después de la recta de los boxes del circuito de Zeltweg, en Austria, están los curvones de alta velocidad y la montaña. Yo los tomaba a 275km/h, planchado, como los tomaban todos. Si querés cuidar tu vida y no los tomás a 275km/h sino a 269km/h, es lo mismo. A esa velocidad, si te golpeas, sufrís la misma consecuencia. Pero, además, si los tomás a la velocidad menor, el reloj se da cuenta y si el reloj va para atrás, te pegan una patada y te echan. Yo los tomaba a 275km/h y Mark Donohue también, pero a él se le reventó la goma delantera izquierda, cayó al precipicio y se mató”.
“Carlos fue uno de mis pilotos favoritos de la era Brabham. Lole era una persona muy amable, apasionado por las carreras y un verdadero miembro de la familia, del equipo. Con él desarrollamos una relación muy especial durante los cuatro años que corrió para nosotros”, mencionó ayer Gordon Murray, el diseñador de la escudería con la que Reutemann debutó en la F.1, con Bernie Ecclestone como patrón. El ex jefe de la F.1 llamó a los familiares de Lole tras conocer la noticia de su muerte. El fin de semana, en el Festival de la Velocidad de Goodwood, en Inglaterra, Murray conducirá el Brabham BT44B y Lotus también homenajeará a Lole, el piloto que es leyenda por su talento y sus convicciones.